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Yehuda Cohen celebra que su hijo siga con vida. Pero teme que no sea por mucho tiempo. Porque Nimrod Cohen lleva más de 550 días ... secuestrado por Hamás en Gaza. Fue uno de los 255 hombres, mujeres y niños capturados durante los ataques que llevaron a cabo diferentes grupos islamistas el 7 de octubre de 2023. Tenía 19 años, estaba alistado en las Fuerzas de Defensa de Israel, y los terroristas lo abdujeron cuando escapaba de un tanque en llamas. Sus dos compañeros fueron asesinados.
«Hace ya casi dos meses que recibimos la última prueba de vida», cuenta Yehuda en Tel Aviv. Y sabe, porque lo han relatado otros cautivos liberados, que los terroristas retienen a Nimrod en condiciones penosas: durante meses estuvo encerrado en una jaula para animales, lo mantienen siempre con las manos atadas, sufre una enfermedad de la piel y una infección de oído para las que no recibe tratamiento y, debido a su condición de militar, es torturado en interrogatorios donde lo peor es la violencia psicológica a la que es sometido, obligado a menudo a ver vídeos que muestran cómo asesinaron a sus compañeros.
A pesar de ello, Yehuda no estalla de rabia contra Hamás sino contra el Ejecutivo hebreo. Y, concretamente, contra su primer ministro: Benjamín Netanyahu. «La situación de los rehenes es muy mala por culpa de su Gobierno criminal, el más extremista de la historia de Israel. Hay quien argumenta que el problema no es político, sino humanitario, pero el mismo 7 de octubre supimos que lo único que le interesaba a Netanyahu era evadir su culpa para lograr su supervivencia política», denuncia durante un encuentro con periodistas europeos organizado por el 'thinktank' ELNET al que asiste este medio.
255 israelíes
fueron capturados por grupos islamistas el 7 de octubre de 2023. De ellos, 59 continúan retenidos en Gaza, de los que el ejército cree que 24 siguen con vida.
Yehuda va más allá y culpa al mandatario hebreo «de haber financiado a Hamás durante 15 años a través de Catar, lo que le ha permitido armarse y construir la red de túneles de Gaza, y de haber ignorado todas las advertencias que anunciaban que algo iba a suceder, ya fuese con Hamás en el Sur o Hezbolá en el Norte, porque estaba demasiado ocupado desmantelando el sistema judicial del país». En su opinión, Netanyahu «está saboteando cualquier acuerdo» para la liberación de su hijo y de las otras 58 personas que permanecen cautivas en Gaza. El ejército estima que 24, entre ellos Nimrod, continúan con vida.
Muchos otros en Israel piensan como él. De hecho, no es fácil encontrar admiradores del primer ministro en el país que dirige. Su figura siempre ha sido polémica, pero los ataques de hace año y medio, en los que Hamás mató a más de 1.200 hebreos, y la guerra que a continuación inició en Gaza, y que se ha cobrado hasta el momento la vida de más de 50.000 palestinos en la Franja, lo han convertido en enemigo incluso de muchos de sus votantes. Primero porque la sociedad judía aún no concibe cómo cientos de terroristas pudieron inutilizar los sofisticados sistemas de seguridad de la frontera y acceder a territorio israelí sin que el ejército actuase durante horas, algo de lo que un 87% de la población responsabiliza directamente a Netanyahu. Y, segundo, porque cada vez son más los que consideran que su estrategia bélica es errónea, por lo que un 70% exige que dimita.
Pero, sin duda, lo que más lastra su popularidad, que ha caído a su mínimo histórico con un 58% de los israelíes que da un suspenso a su gestión, es la suerte de los secuestrados. Basta caminar unos metros por cualquier localidad del país para darse cuenta de que es una cuestión capital: la población luce en la solapa el lazo amarillo que se ha convertido en símbolo de la campaña 'Bring them home now' (Traedlos a casa ahora), sus rostros aparecen en carteles por doquier, e incluso rascacielos como el del Hotel Crowne Plaza de Tel Aviv han instalado en la fachada luces LED que reflejan los días que llevan en cautividad.
«Israel declaró la guerra a Hamás con dos objetivos: rescatar a los rehenes y acabar con Hamás. No sé cuál de los dos es más importante, pero sí que la liberación de quienes llevan más de 550 días secuestrados es más urgente. Se puede tratar de erradicar a los terroristas en seis meses o en un año, pero no se puede dejar a los cautivos ni un día más en Gaza», declara Daniel Shek, exembajador y responsable del Foro de los Familiares de los Rehenes. «Entre el 65% y el 70% de los israelíes considera que la prioridad del Gobierno debe ser el retorno de los secuestrados», apostilla. A su alrededor, otros allegados asienten. Y añaden que lo mismo da si están vivos o muertos.
Udi Goren sabe que su primo Tal Haimi fue asesinado en el kibutz Nir Yitzhak, pero asegura que «recuperar su cadáver es tan importante como si estuviese vivo». Recuerda con tristeza cómo el 7 de octubre Tal se escondió con su familia en la habitación del pánico y decidió salir cuando escuchó que había terroristas infiltrados. No regresó, y su teléfono mostró que había sido trasladado a Gaza. «Dos meses después el ejército nos confirmó que había sido asesinado aquel día y que Hamás se había llevado su cuerpo», relata Udi, aliviado porque la mujer de su familiar, que entonces estaba embarazada de dos meses, y sus hijos no fueron atacados.
A pesar de todo, Udi subraya que cree posible la convivencia de palestinos e israelíes. «Nunca vimos a los habitantes del otro lado de la valla –los gazatíes– como enemigos, y seguimos pensando que merecemos un futuro en el que no nos matemos los unos a los otros», señala, reflejando la idea que predomina entre los habitantes de las pequeñas comunidades agrarias que fueron duramente atacadas por los milicianos. «Estamos en un punto de la guerra en el que el esfuerzo militar se ha agotado. Debemos priorizar la liberación de los rehenes, conscientes de que Hamás no puede ser parte del futuro de esta región porque ha demostrado que deja a los nazis a la altura del zapato en lo que respecta a barbarie. Los palestinos también lo sufren y creo que su suerte ahora está ligada a la de los secuestrados», afirma.
Eso sí, los familiares de los cautivos coinciden con la solución que planteaba Hamás hace unos días: liberar a todos los secuestrados a cambio de detener el enfrentamiento bélico. «Hay que traer a los vivos y a los muertos, pero es muy difícil porque Israel declaró una guerra en Gaza. Hay que pararla para sacarlos. Porque el propio Gobierno reconoce que 41 rehenes han muerto como consecuencia de año y medio de combates, y hasta que no logremos liberar a los 59 restantes nada va a estar bien en Oriente Medio, y eso es muy peligroso para todo el mundo», sentencia Gilad Korngold, padre de Tal Shohan, uno de los liberados en el último intercambio acordado, en el que la milicia devolvió a 33 personas. «Si luego quieren seguir peleándose, que lo hagan», comenta con un gesto de hastío.
Gilad podría sentirse feliz porque su hijo ya ha vuelto, pero este ciudadano austriaco-israelí con raíces argentinas niega con la cabeza. «Es imposible recuperar una vida normal. Tal lleva ya más de un mes entre nosotros, pero aún no nos ha contado lo que vivió. Ha perdido 25 kilos, no come ni duerme bien, y lo que sé de su cautiverio es lo que ha contado en televisión, porque su misión ahora es hacer todo lo posible para liberar al resto», explica.
A los rehenes les espera una dura recuperación física y psicológica. Por eso, Efrat Machikawa, sobrina del octogenario rehén Gadi Moses, ya liberado, celebra aliviada que «ha logrado regresar como un ser humano», entero y con ganas de luchar por sus compañeros. Eyal Fruchter, profesor de Psiquiatría y exdirector del departamento de salud mental del ejército hebreo prevé que muchos sufran trastorno postraumático. «Lo más importante es devolverles la independencia y la capacidad de tomar decisiones evitando tocar el trauma», plantea. Por eso, en condiciones normales, desaconsejaría su contacto con la prensa. «Pero también es bueno que jueguen un papel que les haga sentirse útiles, y esto aún no ha acabado», agrega.
¿Y cuando termine la guerra? «Hay que dar a Israel, y también a Gaza, la posibilidad de empezar una nueva vida, porque ni los palestinos nos pueden tirar al mar ni nosotros a ellos», sugiere Gilad. No obstante, reconoce que desconfía de los gazatíes. «Algunos de los 17.000 que venían a Israel cada día a trabajar, para ganar un buen sueldo, fueron quienes señalaron a Hamás dónde vivíamos en cada kibutz y luego celebraron que nos habían violado y matado. Por mí, no entran más. Que se queden en la Franja y hagan lo que quieran allí», concluye.
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