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No sabría decir si es la realidad la que avanza cada vez más rápido, o nosotros los que nos acostumbramos prestos a cada nueva realidad. ... Una de las cosas buenas de escribir aquí, es que hace más fácil mirar atrás y ver cuándo empezó a intuirse un cambio que ahora muchos asumen retroactivamente como producido décadas atrás. En septiembre de 2021, un partido que entonces había en España, Podemos se llamaba, empezó a atacar a los jueces. El PSOE, por aquel entonces, los defendió tímidamente, esquivando en todo caso esta confrontación que ahora abrazan. Porque hoy, ya lo saben, los jueces son el enemigo de la democracia.
No es una cuestión exclusiva de España. Al contrario, se trata de una corriente cada vez más extendida. Hace unos días, el nuevo vicepresidente norteamericano se apresuró a advertir, sin haber transcurrido un mes desde su toma de posesión, de que «a los jueces no les está permitido controlar el legítimo poder del ejecutivo». Nos suena el mensaje.
Creo, no obstante, que no merece la pena escribir de nuevo sobre las falacias de muchas de las afirmaciones que se formulan contra los jueces. A estas alturas, la mayoría ha decidido ya qué pensar –o ha asumido que lo decidan por él–. Y ningún argumento o hecho, por incontrovertido que sea, va a entrometerse en esa libertad de opinión. Les dejo que piensen lo que quieran, pero les pido que prueben a ser juez.
Los jueces, claro, tienen que conocer el Derecho. Pero es sólo una parte de sus funciones. Otra, mucho menos jurídica, es decidir cuál fue la realidad. Valorar las pruebas e indicios acumulados, creer o no creer a unas u otras personas, y fijar lo que se cree que pasó. La 'verdad' judicial que, en realidad, ni es más que la hipótesis del juez; ni menos que el elemento determinante de la mayoría de los juicios. Existen algunas normas de valoración de la prueba, pero tampoco tienen por qué conocerlas, pues tampoco los jueces se dejan constreñir demasiado por las mismas. No en vano, es lo que en ocasiones se encarga a un jurado de ciudadanos legos, como lo puede ser usted hoy.
Pues bien, imagine en esta hipótesis que un fiscal general, el día en que se entera de su imputación, no sólo formatea y cambia su teléfono móvil, sino que borra dos veces los mensajes de su whatsapp (que no puede utilizar para su función pública); y pide a Google que cancele y borre todo rastro de su correo privado de Gmail (que tampoco puede utilizar para ejercer su cargo, para lo que tiene un correo seguro profesional). Al margen del Derecho –que podría acabar determinando su absolución–, con esos hechos, honestamente, ¿les parece todo algo normal, cotidiano? Cuando menos, ¿deducirían de esos hechos dudas suficientes como para proseguir y profundizar una investigación?
Puede que alguno de ustedes asienta mientras me lee, conmiserándose de los fanáticos o ingenuos que excusan todo lo anterior. Que entienda que es un síntoma inequívoco de que el Gobierno está podrido y tiene que cambiar ya. Si ese es el caso, pruebe a seguir juzgando: sitúense unos años atrás, y piensen en que sale a la luz un documento manuscrito por el tesorero del partido en el Gobierno, en el que, entre otros nombres, aparece 'M. Rajoy', junto a cobros ilegales. Entonces, el partido reclama los dispositivos informáticos de ese tesorero y, antes de que pueda analizarlos la justicia, los formatea en 35 ocasiones y luego los raya hasta su destrucción física. Si esto sí le pareció normal, porque todo es falso salvo algunas cosas; si a pesar de todo piensa que no es para tanto, qué mejor que estuvieran esos a los de ahora; entonces acaso su posición es demasiado parecida a la anterior.
La realidad poco importa, cuando todo se explica bajo la lógica irrebatible de apoyar siempre a los nuestros, frente a un enemigo que es siempre una alternativa peor. Por eso, en vez de censurar a quien sea que en cada momento gobierne, cuando sea su gobierno censurable, demasiadas personas encontrarán perfectamente explicable cualquier explicación de los suyos. Y ni siquiera es la hipocresía calculada del soldado retribuido del partido, como la de nuestros actuales ministros cuando atacan a la Justicia, sino la mansa complacencia del vasallo que humilla su realidad ante el credo que asume. Cuando se ofrece lealtad ciega al poder del gobernante, disfrazado con el garabato de una ideología, es la democracia quien sufre la traición.
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