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Ha debido ascender Donald Trump al poder de nuevo en Estados Unidos para que muchos se den cuenta del grave peligro que corre la democracia ... cuando no se cuida. Cuidarla es un eufemismo, por supuesto. Bastaría con cumplir la ley, con considerar la Constitución un ente inviolable, respetar y hacer respetar los derechos y obligaciones que todos los ciudadanos tenemos. Construir la democracia es también preservarla de las pulsiones totalitarias e individuales. Denunciar, sin importar la ideología, a aquellos que intentan cercenar la calidad de las instituciones. Ahora, con Trump en el despacho oval, muchos observan desde la ventana acercarse nubarrones por el horizonte. Atila y los hunos, dicen, pero no estoy tan seguro de que ellos sean Roma, la civilización, la verdad. Los baluartes de la democracia.
Imagínese por un momento, ahora que miramos al otro lado del charco, que en España nuestro presidente del Gobierno decidiese, por pura aritmética parlamentaria, conceder el indulto a un grupo de prófugos de la Justicia por intentar asaltar las instituciones hace unos años, coaccionar a funcionarios del Estado, agredir a cuerpos de seguridad y, en última instancia, derrocar el orden constitucional. Imagínese que en nuestro país sucediese eso, tras haber engañado a sus votantes. Y que tras el indulto, este presidente imaginario fuese más allá y otorgara una amnistía. La amnistía difiere del indulto en algo mucho más profundo que la terminología. El indulto perdona, la amnistía pide perdón. Es el Estado el que reconoce su error frente a los encausados. Imagínese en nuestra España un tipo capaz de hacer eso con tal de seguir en el poder.
Sigamos con el ejercicio de ficción. Me divierte. Trump pretende controlar los organismos públicos y privados. Su intención es atesorar el poder no solamente a través de la Cámara de Representantes, sino de todos y cada uno de los organismos que rodean el engranaje de la democracia americana. Su poder sería ilimitado si lo consiguiese. Atentaría contra la separación de poderes, tan elemental en las democracias occidentales. Imagínese que en España, un presidente designara a un fiscal general del Estado que sirviese como ministro, matón del partido y esclavo de los intereses del líder. Imagínese que este líder colocase a amigos, allegados, gente del partido y exministros a presidir Tribunales de Justicia, la Abogacía del Estado, Correos, el CIS, el Banco de España, Paradores, la televisión pública y un sinfín de poltronas con suculento sueldo a cargo del ciudadano. Qué protesta más airada provocaría en todos los medios de comunicación, de izquierda a derecha. Cuántas manifestaciones en la calle.
La prensa libre, los medios independientes. Estados Unidos sufre de esa herida, no como en España, donde el cuarto poder respira espíritu crítico y sirve de balanza contra los abusos. En España jamás podríamos tener un Trump porque los medios de comunicación lo desenmascararían desde el primer viaje en coche, sin necesidad de subirse al Air Force One. Difícil sería imaginar un presidente en esta tierra nuestra que quitase y pusiese directores de periódicos, que utilizase a los secretarios de Estado de Comunicación como armas arrojadizas contra la oposición, que despidiese en Moncloa al presidente de la mayor empresa de comunicación del país o que planease una ley de medios cuyo objetivo fuese amordazar a la prensa crítica. Aquí jamás veríamos a los Musk, Zuckerberg y Bezos de turno detrás del presidente atusando su manto y arreglando su corona. Aquí respiramos libertad y espíritu crítico, caray.
¿Y las fronteras? ¿Ha visto lo que quiere hacer Trump con esos pobres inmigrantes? ¿Ha medido la longitud y altura del muro que divide la frontera con México? Imagínese un presidente que decidiera redoblar la seguridad en frontera de Ceuta y Melilla con Marruecos, que no quitase inmediatamente la concertina que lacera los cuerpos de los jóvenes que buscan una vida mejor. Imagínese que aquí recibiéramos a los inmigrantes con gases lacrimógenos, con golpes, dejando una estela de cadáveres en el suelo, y que no se pudiera investigar esos muertos que cayeron en el lado español o no, porque la Fiscalía archiva las causas para que no se sepa nada. Imagínese la de huelgas generales que tendríamos en España con un Trump racista que trata a los inmigrantes como moneda de cambio, y los acoge solo cuando puede sacar rédito electoral. Imagínese.
Aquí no podría ganar nunca un Trump las elecciones. No tendríamos una Melania que se dedicase, sin titulación a usurpar universidades públicas ni a recibir favores económicos de empresas para costear sus actividades privadas. Estados Unidos tiene mucho que aprender de nuestro democrático país, de nuestras voces independientes que señalan a los hunos galopando desde Washington. Si Trump fuese español, estoy seguro de que todos lo señalaríamos con el dedo y lo mandaríamos a la irrelevancia. Imagínese: Trump como una anécdota, como algo que nunca he visto en mi país. Tan lejano como los hunos en los libros de historia.
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