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Las «chicas yeyé» de la experimentada profesora de danza María Dolores Moreno Meseguer han encontrado en las castañuelas (y postizas típicas del folclore de la Región) instrumentos de percusión que van más allá de lo estrictamente musical. Unas valiosas herramientas con la que un centenar de mujeres –entre las que hay «ocho hombres atrevidos»– dan rienda suelta a su creatividad, además de «trabajar la estabilidad emocional y potenciar la memoria, la sensibilidad táctil y la movilidad», según destaca la impulsora del taller semanal «con mucho éxito» que se imparte en el centro social de personas mayores Murcia I, ubicado en el barrio del Carmen, desde hace tres años.
Unas clases que trascienden el plano de la interpretación musical. «Los problemas en la vida existen, pero cuando estamos aquí los dejamos fuera; por eso intento dar felicidad a mis alumnas, reduciendo el estrés y la ansiedad con las castañuelas como conducto. Es muy gratificante ver la diferencia de cómo llegan a cómo se van», comenta María Dolores visiblemente ilusionada. Basta con observar las caras de entusiasmo de estas jubiladas para entender que la formación que reciben es «la mejor terapia para el alma», como asegura la cordobesa Blasa Espinosa, una maestra de Infantil retirada de las aulas que se ha convertido en alumna a los 78 años.
«La primera vez que vine estuve toda la clase llorando de la emoción que me produjo ver tanta alegría; fue un contraste muy grande con la tristeza que yo sentía», confiesa al referirse a las pérdidas familiares que la sumieron en una profunda depresión. En este sentido, Blasa resalta que «la vida me ha tratado bastante mal, pero aquí se te quitan todas las penas; me paso toda la semana deseando que llegue el día».
Pepa Ruiz también ha encontrado «una gran motivación» en un momento vital complicado. De la mano de su hermana Carmen, esta panadera de 71 años que regentaba un negocio en el camino del Badén, ha decidido cobijarse en la música para superar las adversidades. «Venir aquí me da fuerzas para seguir adelante porque hace un año me quedé viuda y cinco meses antes perdí a mi padre», cuenta con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos.
«Yo siempre he sido muy activa, pero ahora estoy con mucho bajón y esto me da vida; siempre me habían llamado la atención, tanto las castañuelas como las postizas, y por fin me he animado a aprender a tocarlas», explica esta mujer, que se ha propuesto recuperar la ilusión ocupando su tiempo libre. «También vengo a manualidades y a ganchillo; y, en cuanto pueda, me apuntaré a clases de baile», adelanta.
María Pilar Baño coincide en que este taller es «un antídoto para la tristeza», poniendo el foco en el papel de la profesora, a la que define como «una mujer fuera de serie que derrocha ilusión y tiene la capacidad de transmitirla». Esta vecina de Ronda Sur de 75 años recomienda a todas las personas mayores que se sientan decaídas apuntarse a este tipo de actividades que, en su caso, le aportan «ritmo, vida, alegría y movimiento», ya que, según recalca, «lo importante no es saber tocar las castañuelas, sino venir con ganas de aprender».
Como ejemplo, se refiere a una compañera que «ha pegado un cambio espectacular». A lo que añade que vino en silla de ruedas con su cuidadora y, al principio, no se quería relacionar con nadie; ahora habla con todo el mundo».
Mari Carmen Rubio tampoco puede disimular la vitalidad que ha encontrado en el centro social de mayores. Procedente de Ciudad Real, pero «murciana de sentimiento», esta mujer de 71 años que hace 14 superó un cáncer de mama dice que tocar las castañuelas le ha beneficiado mucho para paliar las molestias que sufría en el brazo afectado por la mastectomía a la que tuvo que someterse, además de mejorar otras dolencias. «Viene genial para la artrosis», puntualiza.
El onubense Sebastián Galán también se enamoró «de Murcia y de las clases de castañuelas». Un comercial jubilado de 79 años afincado en el barrio del Infante a quien su hermana le dejó el instrumento –que en Andalucía llaman palillos– y dice que, de momento, no tiene previsto devolverle. «Si te quedas en casa, te mueres de pena». Y apela a un dicho de su tierra que reza «Muérete, pero 'jarto' de vivir».
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