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Para Aristóteles, la risa no era en sí misma algo negativo, pero creía que debía ser apropiada a la situación y no convertirse en algo ... descontrolado o fuera de lugar. Los comportamientos excesivos, incluida la risa, eran una muestra de falta de dominio sobre uno mismo y para los griegos, el autocontrol era una virtud esencial. Este pensamiento influyó en las ideas posteriores sobre la etiqueta y el decoro y se consolidó en la cultura europea a lo largo de los siglos. Una tradición que se mantuvo durante muchos siglos y contribuyó a la idea de que las expresiones como la risa abierta, que mostraba los dientes, debían evitarse.
Durante varios siglos y especialmente hasta el siglo XVIII, no era común mostrar los dientes en retratos o en público debido a normas sociales y estéticas que consideraban esa expresión vulgar o inapropiada. Esto afectó tanto las representaciones artísticas como las conductas cotidianas. En el ámbito de la pintura, los retratos buscaban proyectar dignidad, control y compostura, cualidades que se asociaban más con expresiones serenas o solemnes. Las sonrisas abiertas, que mostraban los dientes, se vinculaban a una falta de seriedad e incluso a un estatus social inferior, ya que los problemas dentales eran comunes y una sonrisa con dientes mal cuidados podía interpretarse como descuido.
Por otro lado, estas normas afectaron las reglas de etiqueta en la mesa. La costumbre de no abrir la boca demasiado al comer y no hablar con la boca llena, también estaba relacionada con la idea de no mostrar los dientes. De hecho, la etiqueta en la comida estaba muy relacionada con el autocontrol, el decoro y evitar cualquier comportamiento que pudiera parecer excesivo o descortés. No fue hasta el siglo XIX, con la llegada de nuevos ideales de belleza y el desarrollo de la odontología, que empezó a cambiar esta visión y la sonrisa, incluyendo la exhibición de los dientes, comenzó a considerarse un signo de vitalidad, felicidad y atractivo.
La sonrisa de la Gioconda o Mona Lisa es una muestra sutil de recato y discreción, típica del Renacimiento. Leonardo da Vinci, en su retrato, refleja una expresión tenue y misteriosa en la que los labios se curvan suavemente, pero sin llegar a abrirse del todo, lo que contribuye al aire enigmático que la caracteriza. Este tipo de sonrisa sin dientes era común en los retratos de la época, ya que la gente prefería una expresión reservada, símbolo de elegancia y modestia, acorde con las normas sociales del momento. Además, en términos técnicos, este toque mínimo permite a Leonardo jugar con el famoso 'sfumato' difuminando los bordes y dando a la sonrisa una ambigüedad que la hace aún más cautivadora y enigmática.
Además, el arte religioso, que dominaba las representaciones de banquetes como la Última Cena, también enfatizaba la sobriedad y el respeto en los gestos. Así, la representación de personajes en la mesa sin mostrar los dientes contribuye a mantener la atmósfera solemne y respetuosa que estos momentos evocan en la pintura clásica.
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