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Hace un tiempo traje a esta mesa un tema del que anuncié que seguiría escribiendo por consolidar la idea de que la arquitectura, más allá ... de sus incuestionables valores técnicos y estéticos, es una disciplina social y política que condiciona nuestra forma de vivir y relacionarnos.
En aquella ocasión (12 de mayo de 2024) describí cómo el proyecto del barrio murciano de Vistabella trató de acoger los cánones de vida falangista dando forma a unos espacios que facilitaban, por ejemplo, la limitación de la presencia femenina en el espacio público, la protección del decoro dentro del ámbito familiar o la vigilancia y el paternalismo vecinal.
Hoy les propongo mirar otro interesante momento de la historia en el que la sociedad, en este caso la americana, tuvo que rearticularse para absorber los ingentes recursos humanos y materiales que había movilizado durante la Segunda Guerra Mundial. Y aquí, de nuevo, la arquitectura y el urbanismo jugaron un papel clave dentro la ambiciosa maniobra que incluyó devolver a las mujeres al cuidado de la casa, de donde habían salido como mano de obra en ausencia de los hombres llamados al frente.
Esta operación espacial ha sido estudiada por investigadores tan prestigiosos como la catedrática en Princeton Beatriz Colomina y sus discípulos, entre los que me encantaría incluir humilde y tangencialmente a Gonzalo Martínez Moreno, cuyo Trabajo Final de Grado, 'Ilustrando la casa del Sueño Americano', es sin duda una pequeña pero brillante contribución a la divulgación de unos hechos que, como indica el propio Gonzalo, supusieron una transformación arquitectónica que se hizo global y perdura hasta nuestros días.
Estamos hablando de un cambio de paradigma residencial que pretendió moldear los anhelos vitales de toda una sociedad seduciéndola con espacios que se transformaron radicalmente y con una potente estrategia publicitaria sobre lo que debía ser una vida idílica.
En aquel momento, desde el emplazamiento de las viviendas, la urbanización a las afueras, hasta su configuración y materialidad fueron planificadas como respuesta a la reestructuración del país, pero me voy a centrar en un elemento muy concreto, la cocina, quizá el lugar que se modificó de forma más drástica en lo espacial y que fue escrupulosamente dirigido en lo social, pues buscó menguar el deseo de muchas mujeres de conservar sus puestos de trabajo después de haber disfrutado de la independencia económica y la vida fuera del hogar, amortiguando así el conflicto que supuso su despido masivo una vez que los hombres regresaron de la guerra.
Es de sobra conocido que en aquellos momentos la industria armamentística se redirigió hacia la producción de vehículos y bienes de consumo entre los que destacaron los electrodomésticos. Sin embargo, la transformación de esta estancia no fue solo tecnológica. Espacialmente también se produjeron interesantísimas modificaciones. La mujer ya no era una sirvienta sino la guardiana del hogar y la familia, por lo que la cocina se convirtió en el puesto de control de la vivienda, de este modo se liberó de ser un área de servicio y se reubicó junto al resto de los espacios de convivencia. Desde la cocina el ama de casa podía dirigir la orquesta familiar y para ello las ventanas, tanto exteriores, para disfrutar de la luz y el paisaje, pero también para controlar el juego de los niños, como interiores, hacia otras áreas de la casa, se hicieron fundamentales. Pero los cambios no acaban ahí, este espacio también asumió la realización de más actividades, por lo que su dimensión aumentó para acoger el mobiliario que facilitara la supervisión de las tareas escolares, la convivencia de los miembros de la familia e incluso la socialización fuera del ámbito familiar. En definitiva, la cocina pasó de ser una zona de servicio a convertirse en una sala de máquinas eficiente y profesionalizada, además de en un espacio «acogedor, sofisticado y social» con el que hacer más agradable la forzosa reincorporación de la mujer al hogar en aquella nueva vida suburbana.
Como decía al principio, la experiencia espacial tiene la capacidad de moldear nuestras maneras de habitar, de convivir, en definitiva, de relacionarnos con el mundo, y por eso ha sido y sigue siendo un poderoso recurso para afrontar los retos de su tiempo.
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